Miguel Barnés
Llevaba dos años y cuatro meses sin verlo. Había emprendido un largo viaje a tierras infinitas, y estaba segura de que esta vez no volvería… Todo había sido muy duro desde su ausencia. El mundo había dado un vuelco, su propio ser había tenido que reajustarse a las nuevas circunstancias y lo único que no había sido capaz de quitar todavía eran sus fotos, en casa… Llevaba ya unos seis meses más consciente de su nueva realidad, notando que los recuerdos iban doliendo menos y la memoria ya no pesaba como una losa. Ya le habían dicho que el tiempo lo cura todo, pero en realidad lo que hace el tiempo es difuminar las heridas abiertas, hasta convertirlas en cicatrices mudas.
De repente, en una de esas noches
intensas que se aprovechan para compensar la falta de sueño acumulado, lo vio a
lo lejos…. pelo corto, esa intensa mirada azul oscuro y una camisa blanca de
lino, el aspecto bohemio y desenfadado que siempre la había fascinado… Se acercó,
la miró y ella quedó de nuevo presa de esa sonrisa tan sensual…No hizo falta
hablar. Se sentaron en una terraza en ese lugar indefinido y él se pidió un
cortado…como siempre…No quiso hablar de su viaje y le pidió que lo pusiera al
día sobre su nueva vida, sin él…
Entonces, ella empezó a contarle
que sus hermanas del alma se hallaban
también en aguas turbulentas que intentaban tornar claras, a su manera… sus
amigas de siempre estaban bien, unas más a merced de los caprichos de la vida
que otras, sus relaciones familiares podrían ser mejores, su situación laboral
seguía intacta en el mejor de los sentidos, y había brotado a su alrededor un nuevo círculo
de amigos que le aportaban cariño, ilusión y alegría cada día…
Y conforme iba contando y dando
detalles, se fue dando cuenta de lo relajada que estaba, de cuánto había
evolucionado su entorno en este tiempo, y de que se encontraba en paz consigo
misma, en un estado de serenidad interior que le permitía profundizar,
comprender y compartirlo todo... Sentía que “libertad” no era ya ese concepto
teórico que todos quieren alcanzar como un derecho intangible, sino el
verdadero placer de ser quien eres, sin más, tú en estado puro, con tus
cualidades y defectos, excesos y limitaciones, aciertos y errores…
Él la había estado escuchando atentamente, fumando
plácidamente sus Philip Morris, como cuando lo conoció… Sus manos seguían siendo
preciosas al igual que su voz que siempre sosegaba su personalidad inquieta e insaciable: “Muchacha ,
estate quieta, que no paras…¿cómo puedes hablar tanto y llevar a tanta gente en
ronda a la vez…?”, solía decirle.
Ya había anochecido y le dijo que
se alegraba muchísimo de verla bien, que siguiera adelante con sus proyectos y
que se permitiera ilusionarse un poquito más, que la ilusión siempre ayuda en
los momentos bajos… dijo que volvería a verla de vez en cuando en sus sueños,
como esta vez …pero que era hora de marchar…
Mientras se alejaba, ella fue
despertando, tranquila, satisfecha con su presente y en paz con su pasado…sin saber si la ilusión volvería o no, pero tampoco le preocupaba...