18 dic 2013

TAQUILLA 14 (3)




Se refugió en un callejón. Llevaba más de media hora intentando despistarlo. Se metió en los aseos del McDonald´s , en la boca del metro, en la Fnac, pero no hubo manera. Él continuaba siguiéndola, hiciera lo que hiciera, cuando giraba la cara se encontraba con su mirada sin pupila, con esos ojos negros cegados por el deseo, por el morbo más básico y primitivo. Ya le decía su abuela de pequeña que pasear por los Campos Elíseos no era seguro y que había mafias organizadas de trata de blancas campando a sus anchas por allí, aprovechando el bullicio de turistas confiados en encontrar glamour y romanticismo. No era la primera vez que la seguían en Paris, de hecho es algo frecuente, y siempre eran los mismos… Debía reunir todas las características de la mujer ideal de aquellos países, probablemente era eso, o no…

Hacía frío y la humedad se le metió en los huesos. Sólo quería salir de allí y coger el RER de regreso a VLB. Su corazón latía tan fuerte que casi podía oírlo y el miedo iba recorriendo cada célula de su cuerpo. ¿Cómo podía suceder algo así entre tanta gente, en una de las avenidas más transitadas del mundo? Y sobre todo, ¿por qué le había tocado a ella? No llevaba nada de valor encima, su MP3, la carta naranja del metro y unos 50 euros, nada lo suficientemente apetitoso si se trataba de robar… 

Pensaba que si pudiera correr como antes, hace tiempo que estaría a salvo, pero eso solo sucedía  ya en sus sueños. Se visualizaba corriendo por la playa, por la orilla, sintiendo la espuma que llegaba ya debilitada  a sus pies. Siempre era al anochecer, un poco antes de que pasaran las máquinas alisadoras de la arena. Corría y corría como si la playa no tuviera fin, lo típico de los sueños…

De repente,  entró una pareja en el callejón. Australianos, o americanos, pensó, con sus mochilas en la espalda y sacaron un plano del metro. La miraron y supo enseguida que necesitaban comunicarse con ella, quizás buscando información sobre algún lugar al que debían dirigirse… Esa era su oportunidad. Ni dos segundos pasaron para ofrecerles su ayuda y "tranquilamente" los tres se dirigieron entre agradecimientos hacia la parada George V del metro.

Ya en su RER, reflexionó sobre lo ocurrido: ¿somos realmente tan vulnerables? y ¿cómo es posible que un sólo individuo consiga desestabilizar  la vida de otro?  Las masas pueden ayudar a camuflarse pero también constituyen el caldo de cultivo para la acción en solitario…Los lugares aparentemente más seguros esconden muchas sorpresas… Prueba superada…esta vez, por lo menos…


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