Pensó que no tenía nada que
perder. Al fin y al cabo, sólo tenía que transmitirle a la persona adecuada esa
idea que le rondaba por la cabeza desde pequeño. Llevaba un año y medio en paro y
aunque todavía cobraba la prestación, no quería verse abatido por la pesada
abulia de la inacción que engullía a la mayoría de sus amigos. El hecho de
montar su propia empresa le provocaba atracción y al mismo tiempo muchísimo
respeto, pero miedo, no. Creía ciegamente en su ingeniosa ocurrencia…
Sería fantástico que las pelucas
pasaran a formar parte de la moda prêt-à-porter diaria, un estilismo distinto
para cada momento, un peinado diferente para el día, la noche, para ir de
compras o al trabajo, en definitiva un
complemento más a conjuntar con ropa y estado de ánimo…Con la cantidad de personas que viven por y para su imagen
exterior, "fashion victims" de todas las edades y el dinero que se mueve en torno
al mundo de la moda, seguro que conseguiría unas cifras de distribución
inimaginables.
Había pensado en todo: está
claro que en los últimos años, los hombres han compensado su tendencia a la
alopecia rapándose al cero y es ya una moda
consolidada, llegando a normalizar los
complejos de muchos que vuelven a sentirse sexys como los futbolistas de élite
o las celebrities más cotizadas. Pero para las mujeres, la realidad es bien
distinta. ¿En qué pensamos cuando vemos a una mujer con peluca? Ya es hora de que la quimioterapia no apunte
con el dedo, es el momento justo de dejar de asociar peluca con enfermedad.
Por un momento pensó en los chinos como
patrocinadores, pero irremediablemente, se apoderarán del concepto y lo
difundirán a gran escala para las masas poco exigentes, pero estaba seguro de que
los rusos residentes en España se interesarían por tener la exclusiva de la
alta gama de calidad. Pelucas confeccionadas con pelo natural, de ese que donas
y por el que te pagan al peso. En una
sociedad cada vez más polarizada en la que el lujo por el lujo interesa más que
las muertes por inanición, había que probar suerte…
No le había contado su idea a
nadie, excepto a Timoteo, el viejo gato de la señora Picornell, que llevaba
cuidando desde que sus hijos la ingresaron en la clínica…Sus grandes ojos
verdes y su infinita capacidad de escucha le servían para practicar el mensaje
exacto que quería transmitir, midiendo las palabras al milímetro y sin mostrar desesperación
o una euforia desmedida…
Había llegado el momento de la verdad…
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