22 ago 2013

ADICCIÓN ROSA

Llevo muchos años preguntándome por qué tienen en este país tanta relevancia mediática los programas del corazón. Es cierto que la vida de los famosos siempre ha ocupado su espacio en las crónicas sociales, de hecho, durante los años 40, los actores de Holywood se convertían en modelos a seguir, encarnando el éxito del sueño americano. Especialmente en años de crisis y guerras, los americanos creían en  el “self-made man”, literalmente, el hombre hecho a sí mismo. Muchos probaron suerte en la industria del cine, sin tener más aliados que sus caras bonitas y la seguridad que da la convicción de no tener nada que perder.  Actores como Marilyn Monroe, Kirk Douglas o Anthony Quinn fueron catapultados a lo más alto de la noche a la mañana. 

Desgraciadamente, algunos se convirtieron en muñecos articulados de los feroces “managers” y empresarios que los trataban como meros productos de moda que había que exprimir hasta su caducidad. Porque eso está claro, la fama caduca y no pocos artistas sucumbieron a los excesos de la fama, pasando por todo tipo de adicciones, llegando incluso hasta el suicidio.

Pues si en aquel entonces los elegidos eran unos pocos, en nuestros días salen famosos hasta de  debajo de las piedras. Cualquiera que se acueste con fulanito o que salga en un “reality show”, se ve de repente metido de lleno en un círculo viscoso, de platós y de vida nocturna del que es muy difícil salir intacto. 

Se convierten en pasto de las lenguas viperinas del marujeo implacable de supuestos periodistas que llegan a ser aún más famosos que aquellos sobre los que despotrican sin piedad. Palabras y expresiones como “ presuntamente”, “ exclusiva” o “ fuentes fidedignas” , intentan darle credibilidad  a unas conversaciones “gallinescas” donde cada uno suelta por su boca aquello que se le antoja, alardeando entre insultos e improperios de estar muy informado sobre la vida ajena. Colaboradores, grabadores de cámaras ocultas, corresponsales descarados y “supervivientes” son algunas de las nuevas profesiones por las que las cadenas pagan sueldos desorbitados en época de crisis, ahora que tenemos disparadas las tasas del paro. Pero no pasa nada, al contrario, las princesas del pueblo y los ladrones “pantojeros” alcanzan unas cuotas de audiencia inauditas, y es que estos programas son sumamente adictivos. 

Sus creadores conocen bien la fórmula: populismo barato, publicidad, griterío e incultura en formatos de última generación son los ingredientes perfectos que enganchan a una España que debería replantearse seriamente su trayectoria, porque a este paso la adicción rosa arruinará todavía más nuestra ya desmejorada imagen. 

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