DRAGONFLY
Trató
de acercarse un poco más a la puerta para oír mejor, pero los susurros de sus
compañeras resultaban casi imperceptibles. Liam sabía que algo se cocía por los
pasillos del almacén y que seguramente despedirían a alguien a no mucho tardar.
Daniel tenía todas las papeletas dados sus continuos desplantes y muestras de
insatisfacción a la hora de trabajar en equipo, o quizás Gwen, cuyos retrasos
cada vez hacían más evidente su idilio con etilo. No obstante, sabía que él también era candidato a marcharse. Nadie le
había reprochado nunca nada, y estaba casi convencido de que nadie le había
visto travestido.
El supermercado se encontraba a trece paradas de metro de su
casa, con transbordo incluido, lo cual le suponía casi una hora y diez de
trayecto, pero merecía la pena ya que su barrio habría podido levantar
sospechas.
Se
dedicaba a faenas varias, desde descargar los camiones de mercancía, como a
reponer estantes o atender en las cajas. Se trataba de un trabajo sin calentamientos
de cabeza que le permitía focalizar su atención en lo que a él realmente le
llenaba: diseñar y confeccionar ropa Drag. En las pausas, se metía en internet
a hacer pedidos de pedrería o de telas de lo más atrevidas, muchas de las cuales
le enviaban desde Mykonos en Grecia, el paraíso de las reinas de la noche.
Jamás había llegado
tarde al trabajo, ya que al empezar a las cinco de la mañana, salía del Purples a
las 3 y media, y le sobraba tiempo en
casa para pasar de Dragonfly a Liam sin apreturas. Llegaba a casa sobre las dos
de la tarde, dormía hasta las nueve y entonces comenzaba su verdadera vida, la
que le llenaba de verdad. Dibujar patrones, recortar, coser, arreglarse para
salir y entrar triunfalmente en Purples, donde todos lo admiraban…
No
se puede decir que tuviera buenos amigos en el trabajo, pero su relación con
sus compañeros era cordial. Sin embargo, aquel día, algo le decía que los cuchicheos
eran sobre él. Había notado esa mirada esquiva, esa falsa complicidad en la
sonrisa que esconde un secreto a voces, sabía que era pasto de las lenguas pero
no sabía en qué sentido. ¿Lo despedirían porque sobraba sin más, o porque alguien
habría descubierto a Dragonfly ? ¿No despedían a sus compañeras por el simple
hecho de haberse quedado embarazadas, con la excusa de que dejarían de ser
rentables para la franquicia? Sobraban las palabras y los motivos.
Entonces
se abrió la puerta del supervisor: “ Sr Liam O´keffee, ¿sería usted tan amable
de dedicarnos unos momentos?
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