Hay momentos en
la vida cotidiana en que los mismos horarios, las mismas actividades semanales
y la misma rutina diaria llegan a ofuscar la mente. Uno se siente agobiado,
estresado y lleva en la espalda el peso de una mochila llena de problemas y
malos rollos. Cuando la velocidad nos invade, descuidamos nuestro trabajo
interior, aquél que a todos nos permite serenarnos en el silencio de nuestro yo
interno.
El procedimiento para encontrar un poco de paz varía de una persona a
otra. Si bien unos rezan o practican deporte para desfogarse, otros en cambio,
pasean por el campo o meditan. La cuestión radica en desconectar de las tareas
mecánicas y repetitivas que automatizan nuestras vidas.
Soy la primera que, por
tener un carácter curioso y activo, se apunta a demasiados carros a la vez,
convirtiendo cada jornada en un sinfín de ocupaciones que dejan poco tiempo
para respirar. Sin duda, mi mayor válvula de escape es el viaje y no tiene por
qué ser muy lejano, unos cuantos kilómetros bastan para "descontextualizarnos" por completo.
Esta es
la prueba irrefutable de que el viaje modifica la perspectiva espacio-temporal,
permitiendo saborear cada instante y convirtiendo cada momento en un rayito de
felicidad. Si además acompaña la meteorología, el objetivo está servido. Desde
tiempos pretéritos, la literatura ha recogido relatos testimoniales de viajes
reales o legendarios, rutas que cambiaban el destino de unos personajes que,
para bien o para mal, aprendían de sus experiencias en el exterior.
Así, por ejemplo, los escritores del siglo
XVIII, aquellos buscadores de aventuras nuevas y exotismo, que mediante el
género epistolar, relataban las bondades del cambio de ubicación físico y
mental del viajero. En realidad, no se
trata de hacer grandes cosas, ni de estar mucho tiempo fuera, de hecho, varios
días sobran para cambiar el chip. Poco a
poco, una nueva perspectiva hace que tomemos distancia de todo lo que nos
atormenta y, suavemente la mente empieza a relativizarlo todo. Las ideas se
ordenan, los dolores se difuminan, la risa se suelta y la vida cambia de color.
En definitiva, se trata de tomar distancia mental y hacer acopio de ilusión, que es sin duda la energía
y el motor que nos permite afrontar la rutina, alternando el placer con la
obligación.